Era tal la importancia de su existencia que nunca me dediqué a especular sobre su ausencia hasta el día de hoy.
Las obras no bastan; se necesitan sus dibujos, maquetas, y posturas para entender el lugar que Zaha Hadid ocupaba en la arquitectura mundial. Era un punto de referencia—contra-ejemplo de muchos, pastor de otros—cuyo trabajo servía de termómetro para comprender el momento político, económico, y visceral de la arquitectura en un momento determinado. Para mí, era la propuesta que hacía frente al genérico consenso de la caja blanca, abriendo caminos por encima del prejuicio y la técnica a través de una arquitectura líquida y radical.
Me quedo con su representación gráfica: la manera en que la topografía construye un edificio y los espacios se derriten unos con otros, transgrediendo el significado de sus componentes. Aplaudo las columnas habitadas del Phaeno en Alemania, los sinuosos louvers del MAXXI en Roma, y sus imponentes cubos de elevadores; celebro el inmenso claro de la alberca olímpica y la graciosa plástica con la que sus trampolines se ubican frente al agua; envidio e imito sus perspectivas sobre hojas negras que tanto me emocionaron a lo largo de la carrera. Insisto, era parte de un equilibrio necesario para combatir las formulas académicas, gremiales, e inmobiliarias que cambiaron la voluntad por la justificación; que hoy se escudan en la excusa para hacer lo menos posible dentro de una tímida arquitectura de la disculpa.
No era perfecta pero sí perfectible. Podemos retomar sus mejores ideas, expresiones, y conceptos para llevar la disciplina a nuevos caminos insospechados, como lo hizo Hadid cuando ofreció al mundo la posibilidad de explorar una manera de hacer arquitectura que, en ese momento, ella misma desconocía. A un año de su partida aún se desconoce el destino de sus ideas. Será el tiempo el que nos permitirá juzgar el rumbo de sus seguidores y enemigos, y observar el envejecimiento de sus edificios. Perdimos una voz importante en la arquitectura mundial que, durante décadas, construyó un discurso propio respaldado por obras y arduo trabajo.
Algo está claro: en la medida que perdamos voces que provoquen suspiros y discordias como lo hizo ella durante décadas, moriremos ahogados en la repetición y el hastío. Para mí, por encima de todo, Zaha Hadid fue una fuente de inspiración durante mis años de estudiante; más que razón suficiente para recordar a un ser querido y absolutamente desconocido.